Era fraile franciscano hasta el tuétano, sentía la espiritualidad franciscana como la sentía el propio San Francisco y era amigo personal de éste, que le llamaba “su obispo”. Fue una pieza imprescindible en el florecimiento espiritual y en el incremento de nuevos miembros en la recién fundada Orden de los Frailes Menores.
Nació entre los años 1190-1195 en Lisboa (Portugal) y es por eso por lo que los portugueses lo conocen como San Antonio de Lisboa. Era de familia noble, hijo de Martín y Maria y cuando lo bautizaron le pusieron el nombre de Fernando.
Según la leyenda, con quince años de edad, pero más probablemente con diecinueve o veinte años entró en el monasterio de San Vicente que, cerca de Lisboa, tenían los Canónigos Regulares de San Agustín. Allí estuvo dos años pasando después al monasterio de la Santa Cruz en Coimbra, donde estudió las Escrituras y los escritos de los Santos Padres, especialmente los escritos de San Agustín.
Probablemente allí, en Coimbra, se ordenó de sacerdote el año 1219. Un año más tarde, cuando pasaron (y se quedaron) en dicho convento las reliquias de los protomártires franciscanos de Marruecos, sintió grandes deseos de sufrir el martirio por lo que decidió entrar en la Orden de los Frailes Menores (Franciscanos), que acabada de fundarse once años antes. Entró en la Orden de San Francisco y cambió su nombre de Fernando por el de Antonio.
En el otoño marchó hacia las misiones en Marruecos, pero se puso gravemente enfermo hasta pasado el invierno. Decidió abandonar África para volver a Portugal, pero una fuerte tormenta los desvió hasta las costas de Sicilia donde llegó en la primavera del año 1221. En la fiesta de Pentecostés de ese mismo año participó en el Capítulo General celebrado en Asís, donde conoció personalmente a San Francisco.
El finalizar el Capítulo, como no tenía destino, solicitó al padre provincial de la región italiana de Emilia Romagna quedarse en su provincia y así fue destinado al eremitorio de Montepaolo, cercano a la ciudad de Forlì y allí vivió algún tiempo dedicándose a la oración y a la penitencia, pasando totalmente desapercibido hasta que un día tuvo que predicar durante la ceremonia de una ordenación en Forlì. Inmediatamente lo destinaron a la labor apostólica de la predicación. Con energía y con celo se dedicó a combatir las herejías nacientes de cátaros, patarinos y albigenses, por lo que recibió el apodo de “𝐦𝐚𝐫𝐭𝐢𝐥𝐥𝐨 𝐝𝐞 𝐡𝐞𝐫𝐞𝐣𝐞𝐬”.
Entre los años 1223 al 1225, en el convento de Santa Maria della Pugliola de Bolonia, empezó a poner las bases de una escuela franciscana de teología, recibiendo la probación del propio San Francisco: “𝐅𝐫𝐚𝐭𝐢 𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐢𝐨 𝐞𝐩𝐢𝐬𝐜𝐨𝐩𝐨 𝐦𝐞𝐨, 𝐅𝐫. 𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐮𝐬 𝐬𝐚𝐥𝐮𝐭𝐞𝐦. 𝐏𝐥𝐚𝐜𝐞𝐭 𝐦𝐢𝐡𝐢, 𝐪𝐮𝐨𝐝 𝐬𝐚𝐜𝐫𝐚𝐦 𝐭𝐡𝐞𝐨𝐥𝐨𝐠𝐢𝐚𝐦 𝐥𝐞𝐠𝐚𝐬 𝐟𝐫𝐚𝐭𝐫𝐢𝐛𝐮𝐬, 𝐝𝐮𝐦𝐦𝐨𝐝𝐨 𝐢𝐧𝐭𝐞𝐫 𝐡𝐮𝐢𝐮𝐬𝐦𝐨𝐝𝐢 𝐬𝐭𝐮𝐝𝐢𝐮𝐦 𝐬𝐚𝐧𝐜𝐭𝐚𝐞 𝐨𝐫𝐚𝐭𝐢𝐨𝐧𝐢𝐬 𝐬𝐩𝐢𝐫𝐢𝐭𝐮𝐦 𝐧𝐨𝐧 𝐞𝐱𝐬𝐭𝐢𝐧𝐠𝐮𝐚𝐬, 𝐬𝐢𝐜𝐮𝐭 𝐮𝐭 𝐑𝐞𝐠𝐮𝐥𝐚 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐢𝐧𝐞𝐭𝐮𝐫. 𝐕𝐚𝐥𝐞” (𝐀𝐥 𝐡𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐨 𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐢𝐨, 𝐦𝐢 𝐨𝐛𝐢𝐬𝐩𝐨, 𝐬𝐚𝐥𝐮𝐝𝐨𝐬 𝐝𝐞 𝐅𝐫𝐚𝐲 𝐅𝐫𝐚𝐧𝐜𝐢𝐬𝐜𝐨. 𝐌𝐞 𝐚𝐥𝐞𝐠𝐫𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐧𝐬𝐞𝐧̃𝐞𝐬 𝐬𝐚𝐠𝐫𝐚𝐝𝐚 𝐭𝐞𝐨𝐥𝐨𝐠𝐢́𝐚 𝐚 𝐥𝐨𝐬 𝐡𝐞𝐫𝐦𝐚𝐧𝐨𝐬, 𝐬𝐢𝐞𝐦𝐩𝐫𝐞 𝐲 𝐜𝐮𝐚𝐧𝐝𝐨 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐮𝐝𝐢𝐨 𝐧𝐨 𝐚𝐩𝐚𝐠𝐮𝐞 𝐞𝐥 𝐞𝐬𝐩𝐢́𝐫𝐢𝐭𝐮 𝐝𝐞 𝐬𝐚𝐧𝐭𝐚 𝐨𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨́𝐧 𝐜𝐨𝐧𝐟𝐨𝐫𝐦𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐚́ 𝐜𝐨𝐧𝐭𝐞𝐧𝐢𝐝𝐨 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐑𝐞𝐠𝐥𝐚. 𝐒𝐚𝐥𝐮𝐝𝐨𝐬.) Llama poderosamente la atención que siendo Antonio sacerdote, Francisco le llame “mi obispo”.
Entre los años 1225 al 1227 estuvo en el sur de Francia, enseñando en Montpellier, Toulouse y Puy-en-Velay, pasando posteriormente a Bourges, Limoges, Saint-Junien y Arlés rebatiendo en las plazas públicas las doctrinas defendidas por los herejes.
En el Capítulo celebrado en Arlés en el año 1226 lo eligieron padre custodio de Limoges. En dicha ciudad, mientras predicaba un día sobre la Santa Cruz, según nos cuenta el Beato Tomás de Celano, se le apareció San Francisco, que aun vivía y que había recibido ya en su cuerpo los estigmas de la Pasión de Cristo.
En la Pascua de 1227 retornó a Italia interviniendo como padre custodio de Limoges en el Capítulo General de Asís y allí fue nombrado Ministro Provincial de la región de Emilia ejerciendo esa responsabilidad hasta un año antes de su muerte.
Alternó la predicación con el gobierno provincial de los frailes a él encomendados y allí es donde escribió su obra: “𝐒𝐞𝐫𝐦𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐝𝐨𝐦𝐢𝐧𝐢𝐜𝐚𝐥𝐞𝐬”.
En la Pascua del año siguiente, fue a Roma probablemente para tratar ante la Curia Romana asuntos relacionados con la Orden y allí, predicó en presencia del Papa Gregorio IX, el cual, admirado por sus conocimientos sobre las Sagradas Escrituras lo llamó “𝐀𝐫𝐜𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐓𝐞𝐬𝐭𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐨”. Por orden del Papa predicó en diversas ocasiones ante una multitud de gente llegada a Roma desde todos los lugares de Europa, quienes lo entendieron cada uno en su correspondiente lengua nativa.
Exonerado de su responsabilidad de Padre Provincial, marchó a Padua (Padova), ciudad en la que había estado ya varias veces y allí permaneció hasta finales del año 1229, cuando, junto con otros frailes marchó nuevamente a Roma a fin de dirimir algunas dudas sobre la interpretación de la Regla Franciscana.
Vuelto a Padua, en el invierno del año 1231 escribió “𝐋𝐨𝐬 𝐒𝐞𝐫𝐦𝐨𝐧𝐞𝐬”, trabajo que le había pedido el Cardenal Rainaldo de’Conti, que sería elegido Papa tomando el nombre de Alejandro IV. Predicó la siguiente Cuaresma, marchó a Verona para solicitar la liberación del conde Rizzardo de San Bonifacio y estuvo por otras ciudades y pueblos predicando públicamente en el campo.
Veinte días antes de su muerte, se retiró a Camposampiero, a unos veinte kilómetros de Padua para vivir en soledad, junto a su amigo el conde Tirso, el cual le construyó una pequeña celda junto a un nogal, desde donde predicaba al pueblo. Afectado por una hidropesía que sufría desde hacía bastante tiempo, hizo que lo trasladaran a Padua, al convento de la Arcella, donde cantando el “𝐆𝐥𝐨𝐫𝐢𝐨𝐬𝐚 𝐃𝐨𝐦𝐢𝐧𝐚” y teniendo una visión de Cristo, expiró la tarde el día 13 de junio del año 1231.
Cuando se corrió la voz de que había muerto, todos querían llevarse su cuerpo, pero definitivamente lo llevaron a la iglesia de Santa Maria Materdomini en Padua, lugar en el que él había manifestado su deseo de ser sepultado. Antes de cumplirse un año de su muerte, el día 30 de mayo de 1232, el Papa Gregorio IX, lo canonizó en la catedral de Spoleto.
Sobre sus escritos diremos que los “𝐒𝐞𝐫𝐦𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐝𝐨𝐦𝐢𝐧𝐢𝐜𝐚𝐥𝐞𝐬” y “𝐒𝐞𝐫𝐦𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐢𝐧 𝐬𝐨𝐥𝐞𝐦𝐧𝐢𝐭𝐚𝐭𝐢𝐛𝐮𝐬 𝐒𝐚𝐧𝐜𝐭𝐨𝐫𝐮𝐦” son las dos obras principales escritas por San Antonio, aunque algunos autores también le atribuyen “𝐂𝐨𝐧𝐜𝐨𝐫𝐝𝐚𝐧𝐭𝐢𝐚𝐞 𝐦𝐨𝐫𝐚𝐥𝐞𝐬 𝐬𝐬. 𝐋𝐢𝐛𝐫𝐨𝐫𝐮𝐦”, “𝐄𝐱𝐩𝐨𝐬𝐢𝐭𝐢𝐨 𝐦𝐲𝐬𝐭𝐢𝐜𝐚 𝐢𝐧 𝐒. 𝐒𝐚𝐜𝐫𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐨”, “𝐈𝐧𝐜𝐞𝐧𝐝𝐢𝐮𝐦 𝐚𝐦𝐨𝐫𝐢𝐬”, y “𝐒𝐞𝐫𝐦𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐪𝐮𝐚𝐝𝐫𝐚𝐠𝐞𝐬𝐢𝐦𝐚𝐥𝐞𝐬”.
Las dos series de sermones son la fuente del pensamiento teológico del santo. Según el método existente en su época, él enuncia un tema sobre las Sagradas Escrituras, lo enriquece con la aportación de los Santos Padres, encontrando simbolismos aplicables a la vida ordinaria. Sus textos tienen carácter homilético, de homilía, aunque también son una forma de adoctrinamiento escriturístico, ascético y místico, lo que llevó al Papa Pío XII en el Breve Pontificio “𝐄𝐱𝐮𝐥𝐭𝐚 𝐋𝐮𝐬𝐢𝐭𝐚𝐧𝐢𝐚” a decir de él que era un eximio teólogo en dilucidar la verdad de la fe y lo proclamó Doctor de la Iglesia.
Son muchos los prodigios, los milagros que el santo realizó en vida: profecías, resurrecciones de muertos, curaciones, la predicación a los peces, la mula que se postra ante el Santísimo Sacramento en señal de adoración, el corazón de un hombre avaro encontrado en un ataúd, el juntar con su pierna el pies amputado de una persona, episodios de bilocación, o sea, estar en dos sitios distintos simultáneamente, etc. Algunos críticos, especialmente protestantes, ponen en entredicho algunos de estos milagros, que en su generalidad, son aceptados por todos los estudiosos de su vida y obras.
Después de su muerte acontecieron numerosos milagros que nadie pone en duda. Tanto el obispo de Padua como el propio Papa que lo canonizó un año después de su muerte encargaron un estudio minucioso de los mismos, estudio que fue presentado al Papa, sometido a la aprobación del colegio cardenalicio y aprobados definitivamente. Entre ellos están: diecinueve curaciones de personas tullidas, cinco de paralíticos, siete curaciones de ciegos, tres de sordos, tres de mudos, dos de epilépticos, tres de jorobados, dos resurrecciones de muertos, etc. El listado de milagros estudiados era muchísimo mayor.
Inmediatamente después de su muerte se iniciaron las primeras manifestaciones de culto en Padua, manifestaciones que aumentaron después de su prontísima canonización. El centro principal de culto es la Basílica santuario en dicha ciudad, imponente, con una armoniosa fusión de estilos (románico, gótico, bizantino y con influencias árabes). En dicha Basílica se encuentra el sepulcro del santo y el relicario de su lengua incorrupta. Este templo, a lo largo de los siglos, ha sufrido serios contratiempos: inundaciones y dos incendios pero ha sido restaurado y contiene numerosas obras de arte.
Las reliquias del santo fueron puestas en la Basílica el año 1266, estando presente San Buenaventura (también franciscano y cardenal de la Iglesia).
Desde Padua, el culto se propagó por toda Italia, Francia, Portugal y España y poco después de su canonización se aprobó su Oficio Litúrgico que fue propagado por los franciscanos por toda Europa. Sixto V lo extendió a toda la Iglesia Universal.
Podríamos seguir hablando de tres devociones populares muy ligadas al santo: “𝐥𝐨𝐬 𝐦𝐚𝐫𝐭𝐞𝐬 𝐝𝐞 𝐒𝐚𝐧 𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐢𝐨”, “𝐞𝐥 𝐛𝐫𝐞𝐯𝐞 𝐝𝐞 𝐒𝐚𝐧 𝐀𝐧𝐭𝐨𝐧𝐢𝐨” y “𝐞𝐥 𝐩𝐚𝐧 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐩𝐨𝐛𝐫𝐞𝐬”, pero no se trata de alargar el artículo. Su fiesta se celebra el día de hoy, 13 de junio. Es mi santo patrono y lo llevo con mucho orgullo y he tenido el privilegio de visitar su Basílica padovana, besar su sepulcro y venerar sus reliquias.
Para realizar este artículo me he basado en “La vita o Legenda Prima, escrita en 1232 por un fraile anónimo, “Il santo di Padova nella storia”, editado por Nuova Luce d’Italia en Padova en el año 1930 y “Il santo che il mondo ama”, editado por la Enciclopedia Cattolica en Padova en el año 1960.