Beato Anacleto González Flores
(Tepatitlán, Jalisco, 13 de julio de 1888 – Guadalajara, Jalisco, 1 de abril de 1927) fue un laico, abogado y dirigente moral de la rebelión cristera en el occidente mexicano, reconocido por su resistencia pacífica en contra del gobierno del entonces presidente Plutarco Elías Calles y en pro de la Iglesia católica. Murió torturado y fusilado el 1° de abril de 1927. Fue fundador en Guadalajara y gran militante de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM), además de creador de la Unión Popular (UP). Fue declarado beato en noviembre de 2005.
Primeros años
Anacleto González nació en Tepatitlán, Jalisco, el 13 de julio de 1888. Hijo de un humilde tejedor de rebozos de nombre Valentín González Sánchez; su madre, también de cuna humilde, la señora María Flores Navarro. Fue el segundo de doce hermanos.1 Recibió el sacramento del bautismo al día siguiente de su nacimiento, en la parroquia de San Francisco, de ese lugar, por el presbítero Miguel Pérez Rubio.
Sus padres le inculcaron la religión desde pequeño; no obstante, ésta no tuvo mucha fuerza en él durante los primeros años ya que asistió a la escuela oficial, donde se le inculcaron ideas liberales, contrarias a la religión. Su infancia fue modelada por la rigidez de su padre, el afecto de su madre, y la pobreza del hogar. Su padre conservaba como un estigma el ser hijo bastardo de un terrateniente del lugar llamado Ramón González, y quiso por todos los medios lavar esa afrenta. Inculcó a sus hijos la tenacidad, el amor por las letras, la disciplina y el deseo de aprender un oficio; les enseñó personalmente las primeras letras, y los hizo memorizar un largo discurso patrio. Durante la dictadura porfirista, sufrió prisión por espacio de dos años acusado del delito de sedición.
La paciencia y la piedad, durante su adolescencia consideró que la religión pertenecía a la esfera de la vida privada, y que su práctica no debía trascender a la vida pública.
Inició sus estudios en su pueblo natal como alumno del profesor Heriberto Garza, destacado pedagogo que, como muchos de su generación, asimiló, cual si fuera religión, el positivismo de Augusto Comte.
Su adolescencia transcurrió entre el telar para confeccionar rebozos, instalado en el domicilio paterno que acostumbró sus manos al trabajo; la banda de música del pueblo, que afinó sus oídos y su voz, abriéndole un resquicio a la contemplación estética; y el liderazgo ejercido sobre un nutrido grupo de muchachos de su edad, ya entonces era un caudillo peculiar: no toleraba el lenguaje soez ni la comisión de injusticias.
En 1905 asistió a una tanda de ejercicios espirituales impartida por misioneros llegados de Guadalajara.
Sin renunciar a su capacidad de conducir a los demás y a sus inquietudes intelectuales leerá por entonces los Estudios Filosóficos sobre el Cristianismo, de Augusto Nicolás, las obras de Jaime Balmes y los discursos del poblano Trinidad Sánchez Santos, destinará buena parte de su tiempo libre a la enseñanza del catecismo, a visitar enfermos y a incrementar su relación con Dios.
Fue tan notorio su cambio de vida entre los años 1905 y 1908 que un sacerdote allegado a su familia, don Narciso Cuéllar, le propuso cursar el bachillerato en el Seminario Auxiliar de San Juan de los Lagos, fundado dos años antes. Este mismo sacerdote obtuvo el permiso de la familia y se comprometió a solventar el pago de la pensión de la escuela.
Anacleto anhelaba ampliar horizontes a través de la cultura e inició con notable aprovechamiento los estudios. De su afán intelectual, cultivado antes de ingresar al Seminario, dan cuenta sus calificaciones, siempre supremas, al grado de pronto estar en condiciones de suplir al maestro, en ocasiones con ventaja. Será desde entonces el Maestro o más familiarmente, el Maistro Cleto.
Estancia en el seminario
No ingresó al internado del seminario sino como alumno de la madre denominada Matiana. Su integridad lo llevó a discernir, casi desde el principio, que su vocación no era el sacerdocio. Por esa razón declinó la propuesta de sus superiores para ser enviado al Colegio Pío Latino Americano de Roma a cursar la teología. En su lugar marchó, en 1913, su compañero Higinio Gutiérrez. Tuvo claridad en sus aspiraciones y a pregunta expresa del profesor de historia, el padre Lino Pérez, sobre su vocación y carrera, respondió: “Quiero ser licenciado para luchar por la Iglesia y por la Patria”.
Los estudios realizados, según el plan académico de entonces, le proporcionaron una formación humanística. En seis años acreditó otros tantos cursos de religión, tres de historia, tres de latinidad, dos de griego, tres de filosofía, dos de matemáticas, uno de francés, uno de sociología y uno de astronomía.
La vida intelectual no le impidió inmiscuirse en las preocupaciones sociales de su época. En 1912, por invitación de un inventor, viajó por vez primera a la Ciudad de México, para mostrar al presidente Francisco I. Madero la “chifladura” de un inventor provinciano. La misión fracasó, no así su entusiasmo por participar en la nueva conformación social, afiliándose, por entonces, al Partido Católico Nacional. Utilizó las largas vacaciones del verano de ese año para realizar campañas de proselitismo a favor del instituto político en la región de Los Altos. Ya en el Seminario de San Juan de los Lagos, al enterarse de la ofensiva norteamericana al Puerto de Veracruz, organizó su primer grupo de orientación social, la “Patriae Phalanx” (Falange de la Patria), con casi un centenar de estudiantes. La vida de esta organización no tardó en apagarse; mas, con todo y ser breve, encendió la llama de muchos, llamados a ser destacados prohombres, y también, por ironías de la vida, adversarios irreconciliables.
En 1913, concluidos los estudios de bachillerato, tras agradecer el apoyo de sus bienhechores, decidió incorporarse a la vida pública. A fines de ese año, acompañado de quien será su inseparable amigo y colaborador, Miguel Gómez Loza, representó a Tepatitlán en la convención del Partido Católico, celebrado en Guadalajara.
Por estas fechas, junto con otros alteños, se estableció en Guadalajara, en la casa de la señora Jerónima Sonora España, de donde derivó el apodo de “Gironda” para su casa y de “girondinos” para sus asistidos.
Se inscribió en la Escuela Libre de Derecho, en la capital de Jalisco, sostenida por la Sociedad Católica. En 1914, siguiendo las directrices de la Encíclica Rerum Novarum, y gracias al sano influjo del eminente sociólogo Miguel Palomar y Vizcarra, conformó algunos sindicatos católicos.
Con el fin de suplir un poco la falta de instrucción ética y religiosa, ausente en las escuelas oficiales, impulsó la creación de los siguientes círculos de estudios: Donoso Cortés, de oratoria; Agustín de la Rosa, de apologética; Aguilar y Marocho, de periodismo; Ozanam y Mallincrodt, de materias libres; León XIII, de sociología. Por otra parte, para asegurar su manutención, impartía clases particulares de latín y de historia.
En el mes de julio, la ciudad de Guadalajara fue tomada por las tropas del general Álvaro Obregón. Muchos edificios eclesiásticos –la Catedral, el Seminario Conciliar, el hospital de San Martín de Tours– fueron expropiados por las tropas carrancistas. Los ataques perpetrados a las iglesias irritaron a la mayoría de la población al grado de inclinar la simpatía de sus habitantes a favor de los partidarios del guerrillero Francisco Villa.
Su participación en la Revolución Mexicana
Anacleto desempeñó oficios como la venta al menudeo de cigarrillos, tahonero de panadería y sobrestante en una construcción. En espera de tiempos mejores, dejó la ciudad en los últimos días de 1914, radicándose en el municipio de Concepción de Buenos Aires, Jalisco, donde su hermano Severiano ejercía el cargo de subrecaudador de rentas. En esa población, se ocupó de la catequesis infantil y de la atención de una pequeña tienda de comestibles, propiedad de su hermano. En mayo de 1915, cruzaron Concepción de Buenos Aires las tropas de villistas comandadas por el general Antonio Delgadillo; se dirigían a Guadalajara, ciudad que estaban dispuestos a tomar. Anacleto, agobiado por los cinco meses de penosa inactividad, se dio de alta en la tropa villista, como tribuno, secretario y redactor de proclamas.
En las orillas de Guadalajara, se añadieron al contingente de Delgadillo los alteños acaudillados por el bravo sacerdote y coronel Miguel Pérez Rubio, quien había bautizado a Anacleto. En el campamento villista, Anacleto arengó a las turbas invitándolas a sostener el ideal y a rescatar los valores de la causa. La aventura pronto llegó a su fin. A raíz de un desaguisado con el Gobernador villista de Jalisco, Julián Medina, el general Antonio Delgadillo, el padre Miguel Pérez y otros, fueron pasados por las armas en diciembre de 1915, en el pueblo de Poncitlán, Jalisco. Cuentan que Anacleto escapó de la muerte gracias a la providencial circunstancia de encontrarse impartiendo una lección de catecismo a un grupo de niños del pueblo. Su efímera aventura villista lo desilusionó totalmente de la opción por la lucha armada.
Andanzas
De nuevo en Guadalajara, en 1916, reanudó su quehacer académico; restableció el círculo estudiantil de la “Gironda”, fundó un centro de catequesis para los niños del barrio del Santuario de Guadalupe.
Perteneció un tiempo a una asociación hispanista, la Unión Latinoamericana, promovida por el argentino Manuel Ugarte, mas, al advertir algunos excesos que él no aprobaba, decidió separarse del grupo.
Importante fue el apoyo que Anacleto brindó al joven Luis B. Beltrán y Mendoza, interesado en aprovechar el éxito de los Círculos de Estudio para fundar en Guadalajara la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM). El 17 de julio de 1916, con la aprobación del Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez, se inauguró la organización dentro de la cual pudo construir toda una estructura de acción social en la que fue pródigo en celo e iniciativas. Las actividades de la ACJM no tardaron en llegar a grupos cada vez más numerosos.
Distribuyó su tiempo libre en impartir clases particulares de latín e historia, el periodismo y el apoyo a los círculos de la ACJM sin descuidar su preparación profesional como abogado.
En medio de la intensa actividad, participaba de la Eucaristía; dedicaba tiempo a la oración y a la contemplación, y la mantenía a lo largo de la jornada.
Para fortalecer su espiritualidad, ingresó a la Congregación Mariana de Señor San José y a la venerable Orden Tercera Franciscana Seglar, cuya ascesis lo nutrió.
Con el propósito de ofrecer a los católicos criterios para refutar el discurso cada vez más agresivo de los carrancistas y demás revolucionarios norteños, quienes habían incluido en la nueva Constitución algunas disposiciones que lesionaban los privilegios clericales, fundó y editó el 1 de julio de 1917, el Semanario católico “La Palabra”. Fustigó desde esta tribuna los atropellos de los anticlericales y la débil resistencia opuesta hasta entonces por los católicos. También publicó por estos días su primer libro, “Ensayos”, una colección de discursos y conferencias, prologadas por Efraín González Luna.
Ese mismo año, una enmienda a la Constitución Federal declaró inválidos los créditos escolares expedidos por planteles académicos no reconocidos por el Estado. A los 30 años de edad, Anacleto se encontró en la disyuntiva de desistir en su propósito de obtener un grado académico, o empezar sus estudios de nuevo. Eligió esto último; una a una, revalidó las asignaturas dispuestas por los planes de estudio oficiales. Cinco años invirtió en acreditar con nota suprema todas las materias requeridas para obtener el título de abogado, reconocido por las autoridades estatales.
A partir de 1918, se ostentó como el jefe nato de los católicos jaliscienses, acrisolado en la adversidad. El título se lo ganó en julio, cuando al ser promulgados por el Congreso del Estado los decretos anticlericales números 1913 y 1927, él encabezó la resistencia que echó por tierra ambos preceptos.
En este año, además de sus clases particulares, de asistir a las cátedras de su facultad, de colaborar intensamente en la integración de los sindicatos católicos, quiso seguir atendiendo los círculos de estudio de la ACJM. Dictó conferencias y discursos y escribió múltiples artículos periodísticos en los Semanarios “La Época”, “El Obrero”, “Restauración” y, por supuesto, en “La Palabra”. Si se añade a esta actividad febril la revalidación de sus estudios de bachillerato y de leyes, su afán por leer todo tipo de literatura con tal de que lo acerque al pensamiento contemporáneo, sus denodados empeños por resistir los embates gubernamentales en contra de la libertad religiosa, y su pobreza, mantenida en los límites del decoro, deberá concluirse que tenacidad semejante no podría existir sin una raíz vital más honda que la ambición humana; una visión sobrenatural capaz de iluminar todas las circunstancias de la vida como parte de un proyecto trascendente.
A pesar de las ocupaciones ya mencionadas, el afecto se dio su debido lugar, pues de este tiempo data su relación de noviazgo con la que será su esposa, María Concepción Guerrero Figueroa, una pobre hospiciana, sin padres conocidos, sostenida por la caridad de la señorita Apolinaria Camacho Moya, hermana del sacerdote Vicente María, de los mismos apellidos. Durante los cuatro años que anteceden a su matrimonio todos los días recibió la novia –Concha– una encendida esquela de su enamorado.
Colaborador fiel de su obispo
El 22 de julio de 1918 midieron sus fuerzas el gobierno y los radicales católicos. Ese día, ante centenares de manifestantes, González Flores increpó al gobernador del Estado, general Manuel Macario Diéguez, quien desde el balcón del Palacio de Gobierno había pretendido desentenderse de la multitud dirigiéndoles unas pocas y virulentas palabras.
A partir de esa fecha y durante ocho meses, mantuvieron algunos católicos una férrea resistencia a las disposiciones aludidas, acciones coordinadas en buena medida por Anacleto, apoyado por los jóvenes de la ACJM y por mujeres y adultos de toda clase. El arma de mayor efecto, la que más frutos produjo, fue el boicot económico, cuyos efectos además de conmocionar la economía del Estado, revitalizaron la identidad de algunos católicos jaliscienses. En los primeros meses de 1919, el gobierno del Estado se vio forzado a derogar, por presiones, los controvertidos decretos.
En marzo de ese 1919, durante la inauguración de un nuevo centro de la ACJM, en la ciudad de México, triunfó como orador. Hombre de su tiempo, en la trabazón de sus discursos se descubren las virtudes y aún los defectos de la época: “ampulosidad, redundancia y artificio”, pero, por encima de estos, campean la fuerza de su verbo, la honestidad y la coherencia de vida.
En la tercera década del siglo XX, la vocación intelectual de Anacleto, a fuerza de hacer acopio, produce síntesis; un reguero de iniciativas; sus discípulos y amigos lo admiran, lo respetan y lo obedecen. Es recordado por figuras tales como Efraín González Luna, Agustín Yáñez, Antonio Gómez Robledo, Heriberto Navarrete y Jorge Padilla, por decir algunos nombres.
Anacleto, como ávido lector, cuenta entre sus autores a William Shakespeare, Rolland, Ibsen, Friedrich Nietzsche, Rodó y muchos más. Con este acervo, pudo elaborar una muy particular visión del cosmos, la llamada Filosofía de la resistencia, cuya novedad consiste en ofrecer los postulados de una contrarrevolución que no sea “una revolución al contrario sino lo contrario de una revolución”.
Quiso colaborar con lo que llamaba la “instauración del reinado de Cristo”; por ello apeló a cualquier estrategia conveniente, por ejemplo, algo inédito para su época, otorgar a la mujer un lugar destacadísimo en el desempeño de actividades sociales estratégicas.
Su proselitismo no conoció límites. Formaba, sin caer en lo chocarrero, amenos corrillos con albañiles, operarios y labradores. Con los humildes, bien dotado de oportunas anécdotas, aderezadas con el lenguaje coloquial y llano de su infancia; las oportunas sugerencias del antiguo rebocero, maestro de obras, panadero, quincallero, eran escuchadas con interés y conquistaban al más variado auditorio; a la vez, matizaban la invitación, el consejo o la prédica.
Fue aprehendido el 10 de julio de 1919 junto con Pedro Vázquez Cisneros y Jorge Padilla, directivos de la ACJM de Guadalajara.
Un año después, en 1920, se afilió a la sociedad secreta “Unión de Católicos Mexicanos”, —la U— o “la Base”, de la que sería director en Jalisco, creada por Luis María Martínez, entonces presbítero de la diócesis de Morelia y años más tarde arzobispo de México. El episcopado de aquel tiempo supo de la existencia de esa sociedad secreta, al que pertenecieron muchos sacerdotes y destacados católicos. Por tratarse de una asociación de resistencia católica, por la seguridad tanto de sus afiliados como por la salvaguarda de sus objetivos y de sus estrategias, la U mantuvo en secreto sus actividades, emparentándose, al menos en el hermetismo, prohibidas por el Código de Derecho Canónico. Habiéndose radicalizado las posturas de algunos de sus miembros y desarticulado por grupos Jesuitas, el Papa Pío XI decretó su extinción en 1929.
En abril de 1922 alcanza su título y su licencia como abogado. A su despacho de abogado acudían algunos pobres a solicitar sus servicios, por los que se abstenía de cobrar; hasta llegó a brindar ayuda económica.
Vida conyugal
El 17 de noviembre de 1922, en la capilla de la ACJM, contrajo matrimonio con María Concepción Guerrero Figueroa. El matrimonio fue asistido canónicamente por el arzobispo de Guadalajara. Con todo, la huérfana sostenida por la caridad de los Camacho Moya no estaba destinada a ser la esposa que esperaba. Los nuevos esposos se establecieron en la Capilla de Jesús, una antigua barriada de Guadalajara. Las ilusiones de la esposa por alcanzar prestigio social y comodidades no tardaron en chocar con la sobriedad de su marido, quien acercaba al hogar lo necesario para garantizar una vida digna, pero excluía lo superfluo. A los reproches de su esposa respondía con mesura; sus palabras más que indignación expresaban cariño y tolerancia.
Clausura del Seminario Conciliar
En diciembre de 1924, el titular del poder ejecutivo local, J. Guadalupe Zuno, ordenó la clausura del Seminario Conciliar de Guadalajara. Para oponerse a la avalancha de agresiones sistemáticas del Gobierno en contra del cierre del Seminario, organizó un Comité de defensa, germen de lo que será la última obra de González Flores, la Unión Popular, creada a principios de 1925, siguiendo los pasos de la Volksverein, de Ludwig Windthorst, en la Alemania de Bismarck. Los jóvenes de la ACJM fueron los primeros en sumarse a este esfuerzo. Se trató de activar a todos los católicos del Estado de Jalisco y de sus alrededores, aplicando un estatuto simplísimo que comprometiera al mayor número posible de personas. Las poblaciones se dividieron en parroquias, zonas y manzanas, cada cual con sus respectivos jefes, todos coordinados por Anacleto. Como órgano de difusión de la Unión Popular, creó el Semanario Gladium, que en pocos meses alcanzó un tiraje de cien mil ejemplares distribuidos por correos propios.
La insurrección cristera
Gracias a la disciplina y ejemplo de civilidad de Anacleto, la Unión Popular cundió dentro y fuera de la diócesis; Los Militantes de la ACJM fueron enviados al interior del Estado portando tan solo una carta de presentación del Arzobispo Francisco Orozco y Jiménez y las instrucciones básicas para establecer en todos los lugares la Unión Popular. Las mujeres, elemento humano tradicionalmente pasivo en la vida pública, ajeno al quehacer social y político, se organizaron en las Brigadas femeninas, con resultados inesperados.
En mayo de 1925, la Santa Sede condecoró a Anacleto con la cruz Pro Ecclesia et Pontífice.
Entretanto, en la Ciudad de México, un grupo de católicos, para contrarrestar al gobierno de Calles, dieron vida a la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa.
González Flores fue un ideólogo de esa lucha donde se satanizaba la revolución, en particular la mexicana, como parte de una trilogía, que propagaba, era necesario destruir a la masonería, el judaísmo y el protestantismo.
En 1926 “La Liga” le ofreció una fuerte suma a corto plazo, junto con los optimistas informes que le dieron respecto a los millones de pesos con que contarían provenientes de los Caballeros de Colón, de compañías petroleras, y de algunos prelados estadounidenses. La Unión Popular implementó una táctica de resistencia pacífica similar a la utilizada en 1918: boicot económico, manifestaciones públicas de luto, aislamiento y repudio al Gobierno.
En 1926, el presidente Plutarco Elías Calles, general revolucionario, promovió la reglamentación del artículo 130 de la Constitución a fin de contar con instrumentos más precisos para ejercer los severos controles que la Constitución de 1917 estableció como parte del modelo de sujeción de las iglesias al Estado aprobado por los constituyentes. Estos instrumentos buscaban limitar o suprimir la participación de las iglesias en general en la vida pública
Ante esta perspectiva, después de haber agotado todos los recursos ordinarios de índole legal y moral, el Episcopado Mexicano, en conformidad con la Santa Sede, determinó suspender el culto público en todas las diócesis de México. Se notificó a los creyentes la decisión y se procedió conforme a ella.
En las últimas semanas de 1926, los emisarios de la Liga presentaron un ultimátum a González Flores: o la Unión Popular apoyaba la decisión de “todos” los grupos católicos de México, o quedaría fuera de esta confederación, para escándalo y división de la causa. Se le presentaron todos los argumentos: la lícita defensa, el apoyo tácito de los Obispos, la condescendencia de la Santa Sede, la solidaridad de las naciones. Para allanar dificultades, la Liga le propuso nombrarlo delegado de la asociación para el Estado de Jalisco.
Un abanico de posibilidades pero solo una salida honrosa: aceptar la propuesta de la Liga, la resistencia. Hecha su elección, solo pudo exclamar: “Estaré con la Liga y echaré en la balanza todo, lo que soy y lo que tengo. Mezclados como van a quedar, demasiado lo sé, en el torbellino de una lucha que recomendamos hoy, acudiendo a la razón de la fuerza, Dios haga fructificar este sacrificio colectivo. No quisiera que alguno estuviera engañando acerca del alcance que tiene esta invitación: los convido a sacrificar su vida para salvar a México”