𝐒𝐚𝐧 𝐁𝐨𝐧𝐢𝐟𝐚𝐜𝐢𝐨 (𝐖𝐢𝐧𝐟𝐫𝐢𝐝𝐨), 𝐨𝐛𝐢𝐬𝐩𝐨 𝐦𝐚́𝐫𝐭𝐢𝐫 𝐲 𝐚𝐩𝐨́𝐬𝐭𝐨𝐥 𝐝𝐞 𝐀𝐥𝐞𝐦𝐚𝐧𝐢𝐚.

Es conocido como el apóstol de Alemania. Es cierto que, con anterioridad a él, parte de lo que hoy es Alemania, ya había abrazado la fe cristiana, pero a él se le debe el haber evangelizado lo que hoy es la Alemania central y el haber creado una jerarquía eclesiástica dependiente directamente de Roma, o sea, el haber organizado a la Iglesia alemana.

Se llamaba Winfrido y era anglosajón de origen, pues nació alrededor del año 673 en “Crediodonum”, en la Inglaterra sudoccidental. Muy pequeño, con solo cinco años de edad vio como unos monjes se hospedaban en su casa y decidió ser como uno de ellos, por lo que, dos años más tarde, sus padres lo enviaron al monasterio de Exeter y de allí, pasado unos años, lo trasladaron a la abadía de Nhutschelle, donde completó sus estudios y donde, posteriormente, enseñó estas disciplinas sagradas, llegando a componer algunos tratados de gramática y de métrica. Junto con San Adelmo, fue una de las más grandes figuras del cristianismo anglosajón de la época, distinguiéndose en él, de manera muy especial, su amor a las letras, su amor a las misiones y su amor y veneración a la Cátedra de San Pedro.

Él, que vivió en unos tiempos en los que los mejores de su pueblo marchaban al continente a fin de extender el Reino de Dios, se vio vencido por el deseo de predicar el evangelio a los sajones y, así, superando algunas dificultades, partió en el año 716, llevándose consigo a tres compañeros de viaje y de fatiga. Marchó hacia Londres, se dirigió hacia el mar y llegó a Duurstede, que era la capital comercial de lo que hoy son los Países Bajos. Las circunstancias no le fueron muy favorables, ya que Radboch (cabecilla de los frisios), había alzado la bandera de la revuelta contra los francos, los cuales eran mayoría en aquellos territorios. En estas circunstancias, San Willibrordo, que había luchado durante muchos años por extender el evangelio en aquellas tierras, se había retirado al monasterio de Echternach, esperando que estos tumultos pasasen. Winfrido, después de reunirse con Radboch, viendo que el momento no era el más propicio y a la espera de tiempos mejores, retornó a su monasterio de Nhutschelle y, una vez allí, cuando murió el abad Winbrech, la elección de los monjes lo llamó a sucederle, pero logró evitar la nominación gracias a la intervención de su amigo Daniel, que era obispo de Winchester.

Como era muy positivista y un hábil organizador, consideró oportuno dirigirse al pueblo para evangelizarlo, portando el prestigio de una misión oficial por parte del Jefe Supremo de la Iglesia y con la protección del poderoso brazo de los francos. Y, por este motivo, en el año 718 marchó directamente a Roma, donde el Papa Gregorio II – que había decidido dedicarse a la conversión de los germanos -, lo acogió de manera benevolente, lo retuvo junto a sí durante todo un año, entablando con él numerosas conversaciones sobre cómo misionar Germania (la actual Alemania) de la manera más fructífera. Cuando Winfrido comprendió completamente cuales eran las intenciones de la Santa Sede, a mediados del mes de mayo del 719, marchó de Roma dirigiéndose a tierras germanas, llevando consigo algunas cartas del Papa en las que recomendaba cómo administrar los sacramentos según la liturgia romana y que en caso de dudas, recurrieran a la Santa Sede. Desde este momento, Winfrido asumió el nombre del mártir romano Bonifacio, cuya fiesta se celebraba el 14 de mayo.

Abandonada Roma, San Bonifacio llegó a la corte del rey longobardo Luitprando, donde encontró hospitalidad. Luego visitó, sin detenerse mucho, Baviera y Turingia, y ya había llegado a Franconia cuando se enteró de la muerte del duque Radboch y, cuando la situación en Frisia se hizo más propicia, se trasladó a esa región, donde trabajó durante dos o tres años junto a San Willibrordo, perfeccionando con él su vocación misionera.

Para evaluar completamente los méritos de San Bonifacio conviene recordar que toda la población sometida a los francos y los habitantes de los territorios situados en la margen derecha del rio Reno, eran en su mayor parte, paganos y los sajones, entonces, también lo eran. En el 721, San Bonifacio predicó en Hesse y en Turingia, consiguiendo bautizar a miles de paganos y reconduciendo hacia la Iglesia, a muchos cristianos que habían caído en el paganismo.

Después de haber enviado a Roma una relación de las obras que había escrito hasta ese momento, fue llamado por el Papa Gregorio II, quién comprendiendo el valor de Bonifacio como predicador y evangelizador, decidió elegirlo como obispo, pero no de una diócesis determinada, sino de toda la Germania situada tras el río Rhin, o sea, la Germania transrenana. La consagración como obispo tuvo lugar en Roma el 30 de noviembre del año 722, prestando Bonifacio el juramento de los obispos suburbanos de Roma, lo que lo ligaba directamente a la Santa Sede y a sus ordenamientos eclesiásticos. Al mismo tiempo, el Papa le entregó una colección de cánones de los concilios y una carta para Carlos Martel, en la cual exhortaba al poderoso duque de los francos a proteger y a favorecer la labor de San Bonifacio en Germania (Alemania actual). También llevó consigo una serie de cartas para los príncipes y obispos cuyos territorios tenía que atravesar.

En el año 723, San Bonifacio ya estaba en la corte de Carlos Martel, quién lo acogió amablemente y le garantizó su protección. San Bonifacio, para demostrar a los paganos la impotencia de sus ídolos, cortó el roble del famoso dios Thor cerca de Geismar (centro del culto idólatra) y con la madera del roble, construyó una capilla en honor a San Pedro y en sus cercanías fundó la célebre abadía de Fritzlar.

Al año siguiente, el santo se marchó a Turingia, donde los disturbios políticos hizo sucumbir a las comunidades cristianas en una profunda angustia: la parte septentrional de aquella zona, que era inmensa y sumida en la barbarie, estaba bajo la influencia de los sajones y la parte meridional estaba gobernada por los francos y también pasaba por momentos de anarquía política. Esta misión, que duró desde el 724 al 731, tuvo un gran éxito, ya que con la ayuda de los habitantes locales, fue construido el monasterio de San Miguel de Ohrdruff, que fue el futuro bastión del cristianismo en aquella zona y que San Bonifacio puso al cuidado de su discípulo San Vigberto.

Para consolidar su obra misionera, rápidamente reunió a un grupo selecto de seguidores, inspirando a los monjes y monjas de su tierra natal para que se comprometieran con él a evangelizar Germania. Ellos y ellas respondieron a la llamada del santo y se dispersaron por todas las misiones que Bonifacio había fundado, actuando tanto como misioneros, como directores de almas, como maestros de escuelas,…, en fin, adaptándose a cualquier tipo de trabajo. Entre estos colaboradores se encontraban personas con una exquisita y amplísima cultura y con un alto ideal cristiano, como San Lullus (sucesor de Bonifacio en la sede de Maguncia), San Burcardo (posteriormente, obispo de Würzburg), San Denehardo (infatigable mensajero entre Germania y la Santa Sede) y los santos hermanos Willibaldo y Wunibaldo. Entre las mujeres, el primer puesto corresponde a Santa Lioba, que llegó a ser abadesa de Tauberbischofsheim, Tecla y sus santas auxiliares Walburga y Cunitrudes. En fin, toda una pléyade de mujeres y hombres santos, que fueron puestos a la cabeza de monasterios fundados por San Bonifacio en los territorios que iba evangelizando, el más célebre de los cuales fue el de Fulda, que puso bajo la dirección de su discípulo San Esturnio. A este monasterio, el Papa Zacarias en el año 751, le concedió su protección pontificia.

En el año 732, el Papa Gregorio III, sucesor de Gregorio II, envió a San Bonifacio el palio de arzobispo, autorizándolo a consagrar a los obispos que él mismo eligiese para los territorios que él evangelizara. Desde este momento, comenzó un trabajo de organización eclesiástica, creando y restableciendo muchas diócesis, siempre con la elección de los obispos que debían presidirlas.

En el año 738, junto con San Wunibaldo, Bonifacio fue por tercera vez a Roma, a fin de consultar al Papa Gregorio III y obtener todas las aclaraciones necesarias para una nueva misión. En Roma permaneció cerca de un año y cuando regresó a Germania (la actual Alemania), se llevó consigo una carta papal dirigida a los obispos de Baviera en la cual el Papa manifestaba por escrito que San Bonifacio era su delegado en aquellas tierras del norte de Europa, recordaba la obligación de realizar dos sínodos territoriales al año y advertía contra las supersticiones paganas y contra los errores de los sacerdotes bretones.

Una vez llegado a Germania, San Bonifacio se propuso la reorganización de la Iglesia bávara: para ello probablemente convocó un sínodo en un lugar desconocido y, con la ayuda del duque Odilón, expulsó a los intrusos y a los maestros caídos en el error. Consagró al anglosajón Juan como obispo de Salsburgo, confiriéndole la dignidad de sede metropolitana de toda aquella región, consagró a los obispos de las sedes vacantes de Ratisbona (la actual Regensburg) y de Frissingen y confirmó al obispo de Passau. Su obra fue tan fecunda que estableció para siempre el catolicismo en aquella región y, una vez terminada allí su tarea, marchó a Hesse y a Turingia a fin de establecer también allí la jerarquía católica y así, en el año 741 instituyó las diócesis de Hesse y de Würzburg y, con San Willibaldo como obispo-abad, la sede de Eichstätt en la Baviera septentrional. La organización eclesiástica que San Bonifacio impuso en lo que hoy es Alemania, ha durado hasta nuestros días.

Como el artículo ya va siendo excesivamente largo, dejaremos para una segunda parte, el tema de la reforma de la Iglesia franca y el martirio y culto al Santo. Sabemos que tal día como hoy fue martirizado por una turba de fanáticos cuando San Bonifacio estaba en las cercanías de Dokkum (Países Bajos), martirizando junto a él a cincuenta y dos de sus compañeros. Su cuerpo fue llevado a Utrech y, desde allí, a la catedral de San Lullo, en Maguncia. Finalmente fue trasladado a Fulda, donde actualmente se encuentra y venera.

Nota: San Bonifacio y el árbol de Navidad

Cuando San Bonifacio llegó a Geismar, en Germania, hacia el año 723, encontró que los pueblos germánicos rendían culto a un roble sagrado dedicado al dios pagano Thor (o Donar). Este roble era enorme, y los druidas afirmaban que si alguien lo cortaba, Thor lo mataría de inmediato. Incluso se ofrecían sacrificios humanos bajo el árbol para aplacar a este “dios”.

Bonifacio, con gran valor y guiado por el Espíritu Santo, tomó un hacha y cortó el roble sagrado delante de todos. La gente quedó sorprendida al ver que nada le pasó, y comprendieron que el Dios de Bonifacio era el verdadero y único Dios.

Después, Bonifacio señaló un pequeño abeto (pino) que crecía cerca y les dijo:

“Este pequeño árbol será llamado el árbol del Niño Dios. Es el árbol de la paz, porque sus ramas siempre están verdes. Es el árbol de la vida, porque apunta hacia el cielo. Reúnanse alrededor de él, no en la oscuridad del bosque, sino en sus hogares. Que el amor de Cristo brille en sus corazones.”

Desde entonces, el abeto se convirtió en símbolo cristiano, y siglos más tarde, esa costumbre se fue adaptando hasta convertirse en lo que hoy conocemos como el árbol de Navidad.

 

Su muerte selló su misión como verdadero mártir de la fe y apóstol de Alemania.

 

Recopilación e investigación: Salvador Sandoval .